Cofradía del Stmo. Cristo de la Misericordia y Prendimiento de Jesús

Bajo las ramas del viejo sauce, ahora soñado, que flanquea aún en el recuerdo el arco de medio punto de su ermita, aguardan las rodillas de la Historia que se repita el momento. Sin previo aviso la Plaza del Cristo se convierte en marea ensangrentada de nazarenos que van acudiendo desde todos los rincones, el rumor de voces y de antorchas hacen del lugar un escenario simbólico de Olivos a la espera de un beso de traición. No habrá Getsemaní ni huerto de dolores que con más finura pueda recrearse en otro punto, y es que es el sentir del corazón cofrade que sabe responder al misterio del amparo y de la valentía, aún en la penumbra de los miedos.

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Judas está contando las monedas, presto a abrir la caja de la falsedad que desencadene el momento de la Muerte. Un beso. Sólo un beso de amor predestinado y egoísmo de gloria arrepentida sirven para amarrar las manos de la mismísima Libertad. Noche de llamas de teas y hermandad abierta entorno al huerto, cerrando con un muro de cruces de Santiago el momento en el que Cristo es prendido por el Antiguo Hosanna. No importa que Pedro duerma, incluso se quiere guardar silencio para que no despierte, porque cada uno de los nazarenos que acompañan al Señor vela el camino que lo llevará ante Sanedrín para, dentro de unas horas, ser presentado al pueblo en un balcón calzado de oscura madera.nazareno_cristo-de-la-misericordia

Jueves Santo de tenue luz y amarillo sentimiento, la cofradía se torna en pebetero de oración y costado de llama, las antorchas imprimen en las retinas del mundo el calor de un momento de martirio. Los cardos del camino absorben ávidos la luz de la luna que se derrama a pesar del fuego, y no hay hoguera I o suficientemente grande para alumbrar tamaña traición.

Busca el pan del Viernes Santo quien contempla el misterio de la muerte, y de nuevo las pesadas puertas de madera se abren y descubren el barco de caoba que comienza a levar anclas al tiempo que una tripulación de hermanos se va cubriendo la cara para remar por las calles de Herencia mientras escucha derramarse el agua de la cobardía sobre la palangana de cubierta. El Cristo de la Misericordia camina en confianza, lo hace como lo ha hecho desde hace más de tres siglos y medio, por las mismas calles, con distinta gente, pero con la misma mirada de misericordia dada e implorada y los mismos ojos castaños que han mirado los herencianos y que han llenado de piedad todos los rincones de su alma.

Añoranza de mares, de barca y agua, de volver al Camarín con la capa mojada por las olas saladas y la tormenta, y no por el reguero de Sangre que emana de las espaldas heridas.

Cuando Herencia se mira en su cara, cuando lo sigue paso a paso o lo espera en el mismo lugar de cada acera buscando los momentos más hermosos, las “levantás” más sentidas, las reverencias más vividas, las palmas de más dentro brotadas, se reconoce más Herencia, reconoce que si Cristo se ha encarnado en madera manchega, la mancha se ha hecho cristiana en la misericordia y el amor del fruto ha nacido de su propia entraña.
cristo-de-la-misericordia-herenciaLa Hermandad de Cristo de la Misericordia da testimonio de valentía en el recuerdo de la Cobardía de Judas y de los discípulos dormidos, en el recuerdo de un lavatorio de manos y la lectura de la sentencia de muerte. Jesús presentado al pueblo, signo y símbolo de la derrota más humillante para unos y del dolor más profundo para otros. Nadie se queda indiferente ante la imagen del escarnio y la burla hacia Dios.

El Viernes Santo se hace sol de mediodía en la esperanza de un barrio entero que se echa a la calle para caminar descalzo siguiendo los pasos de Cristo, sabiendo que, pase lo que pase, siempre regresará a su ermita y seguirá latiendo en su propio corazón. Las rosas de su trono son del jardín de sus plegarias, los lirios, de las alabanzas de su boca, los claveles, de de las lágrimas emanadas de las fuentes del sentimiento. No hay Semana Santa que no se resuelva para su barrio en el paso ligero que alivia su pena en su regreso, y no hay mayor consuelo para el barrio que lleva su nombre que prestarle el pañuelo de sus calles para que derrame la bendición redentora de su gran Misericordia.

Historia

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