Años tuvieron que pasar para que el Señor moreno pisara las calles de Herencia en la madrugada del Viernes Santo; antaño era la voz que anunciaba la pena de su propio Entierro y ahora, de nuevo, vuelve a ser la luz de la meditación de un barrio entero. Un sueño parecía cuando el trono de plata cruzaba el umbral de La Labradora y comenzaba a caminar, el esfuerzo y el tesón de una Hermandad se veía recompensado en la tímida avanzadilla de nazarenos que, pertrechados de cirios morados, alumbraban el histórico momento.
Poco a poco, se irá llenando el barrio de túnicas moradas y escudos trinitarios, de faroles a las puertas de la ermita, de susurros de oraciones encendidas que se dirigen al Cristo rescatado, al Dios que en aquella noche fue vendido por treinta monedas y en otra bendita noche fue redimido por otras tantas monedas sobre el peso de una balanza para la que se hizo levedad de espíritu, humo etéreo de humilde incienso tan solo por seguir escuchando las plegarias de sus hijos.
Es la imagen en la que la Cuaresma se hace Pasión adelantando los misterios. El Cristo de Medinaceli inaugura la contemplación en Vía Crucis caminante el Primer Viernes de Marzo, y desde entonces su templo se convierte en un hervidero de devoción y fervor. Como quien entiende que los besos son el bálsamo ideal para aliviar los dolores, la plata de sus pies será besada sobre los besos, queriendo dejar en ella el consuelo para sus heridas, sin saber que, por el contrario, son los labios que se acercan los que quedan bendecidos por la fe.
¿Dónde veremos al Cristo? ¿Dónde el lugar más hermoso? Allí por San José, revirando por la Calle la Rosa, por la Calle Fiscal y por Don Hermógenes, asomándose tímidamente a la penumbra de un barrio hermoso, avanzando en la angostura de las callejas sin más luz que la de las llamas de sus faroles y la que le presta la luna. Querrá verlo en ese trance quien quiera sentir la emoción de que el aire se corte por el “quejío” de una saeta, quien quiera sentir el calor del fuego que se desprende del trono, quien quiera vivir el momento buscará su rincón, ese, aquel, cualquiera en el que pueda refugiarse el corazón. Lo sentirá también de manera especial quien se aposte en la Calle Labradora y lo vea de regreso, con la cara más morena y los lirios más morados, con la plata más herida y el cordón de las manos más prieto si cabe, con el dolor que es más dolor cuando ya no quedan lágrimas para llorar y se busca el refugio del hogar.
La presura del tiempo le abre las puertas y de nuevo el umbral se traspasa. Allí quedó. Quedó varado en el puerto de un barrio que ahora sabe que nada malo va a pasar, porque lo está custodiando. Ahora que lo ha visto pasar de vuelta los miedos de que al ir no regresara, el temor de que Herencia lo entretuviera demasiado no tiene sentido, se ha tornado en paños de padrenuestros y en promesas que se seguirán llevando hasta sus plantas.
La Hermandad del Santísimo Cristo de Medinaceli y la Virgen de la Asunción, la Hermandad de La Labradora, de la Hermandad de la pena de primavera v la Gloria de agosto no acusa su juventud y ofrece a los hermanos la meditación seria del misterio del cautiverio y del rescate de Jesús Nazareno. Con los pinceles de la constancia y el buen hacer poco a poco pinta de arte y morado nazareno la estela de la tradición de un vecindario entregado a su ermita.
Lirio trinitario que se abre al amanecer como las rosas del azafrán, que redime los pecados del desamor del mundo mientras se pierde en el infinito de la soledad. Ahora es quien debe ser y está donde debe estar. Ahora reina en la madrugada coronado de espinas, bendice al pueblo con las manos atadas, es fuente de esperanza desde la desesperación y la incertidumbre de la muerte. Ahora es, como debe ser, Rey de Reyes y Señor de los Señores para el corazón de su barrio.