Acampana de tradición tañida se congregan los hermanos en morada marea de nazarenos. Apresuradamente caminan a pasitos largos, con una cruz bajo el brazo y el capirote enhiesto sobre la cabeza. Desde los últimos rincones del pueblo, desde el lugar más recóndito comenzarán su andadura los pies que llevarán una misma dirección: La Labradora.
Frente a sus puertas, un trigal de espigas violetas y maderas cruciformes se mueven como si el viento se enredara entre cada uno de ellos. Esperan. Sienten. Crecen año a año. Impacientes se disponen entorno al redoble de los tambores y guardan silencio ante la oración cantada, ante la saeta dispuesta, ante el corazón herido.
Larga se hace la espera, pero, al final, ahí está el Señor, sobre un Calvario de flores con su cruz a cuestas y el Cirineo dispuesto a su ayuda. En ese camino de penitencia, cada una de las cruces que se descargan sobre los hombros de los nazarenos es sentida como un trozo del peso de la Cruz de Cristo, como el peso de las cruces de la vida cotidiana que se comparten con el Señor que alivia la carga. Jesús Nazareno, el Señor de la tez ensangrentada, el Cristo del polisón, ese Cristo que vuelve a la ermita con los hombros hundidos, el Cristo que ha dejado impreso su rostro en el paño de la Santa Mujer Verónica que ha salido a su encuentro acto de piadosa compasión.
Pero he aquí uno de los momentos sin duda de los más emocionantes que es la salida de la Virgen de la Amargura. Madre Amargura, ahí tienes a tus hijos cubiertos por el capirote morado. Madre Amargura, que más guapa no puede estar la pena ni más bello puede ser el dolor de una Madre que el que se refleja en tu rostro, pálido, como la luz de la noche del Jueves Santo, lánguido, como el espíritu del Hijo que sube al Calvario. La Madre lo sigue tan cerca como para no perderlo de vista, pero tan lejos como para respetar su misión en el mundo. Tras el Hijo camina y no le puede ver la cara, sólo el dolor de mirarlo cargar con el madero, anda tras sus pasos, pero no le ve los ojos, no ve la expresión de su sangre. Jesús se encontró con su madre camino del Calvario y ahora es su madre la que propicia que todos nos encontremos con él en la Vía Dolorosa.
¿Quién acompañará a la Amargura en el sendero? ¿Quién la ayudará a llorar y le susurrará en el oído palabras de aliento? Junto a Ella irán las columnas que apuntalarán su pena y levantarán su Gloria cuando sí pueda ver el rostro de Dios resucitado. La mujer penitente que tanto sabe de alabanza, la Magdalena que con sus manos recogerá el fruto eucarístico entregado por la Humanidad. Y San Juan, discípulo amado que no le dará la espalda, antes bien, clamará al cielo piedad para el corazón de esa Madre de todos que espera su propia muerte al pie de la cruz.
La Hermandad de Nuestro Padre Jesús Nazareno y de María Santísima de la Amargura, de la Virgen que llora entre suspiros, de la que viste de morado el barrio entero cuando gime en su pena cruzando por la balconada manchega de blancos, azuletes, ladrillo y mampostería a la que se asoman las miradas entre curiosas y devotas. Maravillosa mezcla de admiración y devoción, de intensa ternura y valoración del arte. La Hermandad señera comienza a caminar con las primeras sombras del Jueves Santo, invita al pueblo a caminar con ella, a compartir sus cruces, a alumbrar su estancia. Las flores que van creciendo a su paso se combinan con los lirios derramados, se enredan entre los geranios que tímidamente comienzan a despuntar entre la forja enrejada de las fachadas.
Es, tal vez, una de las estampas más típicas de la Semana Santa herenciana, las largas filas de nazarenos, esas que una vez que has perdido de vista el principio tampoco se encuentra el final, desplegándose por la Calle “la zanja” en busca de la carrera oficial, y no menos típico el regreso por la estrechura y oscuridad de la Calle Labradora, siempre acompañadas de la dedicación más absoluta de su banda. Sones de cornetas y redobles de tambores, todo por y para la Gloria de la Pasión, por ellos, siempre por ELLOS, por el Nazareno de la cara morena y por la Virgen que es la bandera y el orgullo de una ermita, de un barrio y de su hermandad.
La hermandad
Hermandad de Nuestro Padre Jesús Nazareno, María Santísima de la Amargura y San Juan Evangelista
Fecha de refundacion: 2 de marzo de 1942.
Sede Canónica: Ermita de Nuestra Señora de la Asuncion (“La Labradora”).
Sede desde la que hace su salida procesional: Ermita de la Asunción “La Labradora”.
Titulares: Nuestro Padre Jesús Nazareno. La Imagen de candelero fue tallada por Jesús Castellanos en 1950. La hechura de la Imagen, tallada en 2014 por Miguel Ángel Arjona.
María Santisima de la Amargura. Imagen de candelero realizada en 1959.
Acompañamiento musical: Banda de Cornetas y Tambores de la propia Hermandad.
Forma de portar los pasos : El paso de Nuestro Padre Jesús Nazareno y el palio de Nuestra Señora de la Amargura, a costal por 35 hermanos costaleros.
Grupo Joven de la Hermandad: “Jóvenes Moraos”
Hermano Mayor actual: Jesús Fernández-Caballero García-Miguel.
Hermanos de Honor: Manuel Mora Fernández-Caballero.
Insignias destacadas: Cruz de guía (realizada en 1964), Estandartes de los respectivos Titulares y el Estandarte antiguo de la Corporación.
ESTACIONES DE PENITENCIA:
Jueves Santo: Nuestro Padre Jesús Nazareno.
Viernes Santo: Nuestro Padre Jesús Nazareno y Nuestra Señora de la Amargura.
Domingo de Resurrección: Nuestra Señora de la Amargura.
Composiciones Musicales dedicadas a la Hermandad:
“Amargura en tu mirada” (Hermanos Martín-Consuegra Céspedes, 2013)