Domingo de Resurección

Todo ha valido la pena si en San Antón vemos volar las palomas. Al encuentro del misterio, al encuentro de la Vida,  todas y cada una de las hermandades subirán, peregrinarán al Santuario del sepulcro abierto. Por el Oratorio llegará el Señor, avanzando por cruces habiéndolas vencido, y la Madre, que ya presiente la gloria, acompañada por quienes con ella estuvieron el Viernes al pie de la cruz en el Calvario. San Juan le susurraba palabras de aliento y hoy de presura para llegar al encuentro; la Magdalena lloraba cogiendo la sangre del madero y hoy es la voz que pregona a los vientos que su Señor ha resucitado.
Es un día de gozo en Herencia, de campanas y aleluyas, de nazarenos prestos a descubrir sus rostros en el momento en el que todo el sacrificio comienza a tener sentido. Un revuelo de capas blancas, granates, blancas, negras, azules, moradas… todas abrigando la tradición y la esperanza de unos niños que, quizá, hayan vestido su túnica por primera vez y otros que, habiéndola vestido ya desde hace muchos años, se sienten renovados en su amor.

Domingo de Resurrección
Domingo de Resurrección

Cuando la Virgen de la Amargura mira la cara de su Hijo se desata la caja de las palmas y de las lágrimas. Dos bandas lanzarán sonidos a los vientos con cornetas estridentes que hoy no hieren, hoy alientan y abren camino, dan luz a los ojos cegados por el llanto y la oscuridad de madrugadas en la calle. ¡Qué emocionante ver bajar las cofradías por Colón y volar a la altura del Convento! Porque de eso se hace nuestra Semana Santa, de Momentos, y tras haber buscado cada esquina y cada rincón para hacerlo completamente nuestro ahora llega la hora de compartir y vivir un presente de alegría y un futuro de recuerdos, vivencias y sentimientos que se han grabado en el corazón y nos han hecho más parte de nuestra Herencia.

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¡Grandiosa esta mañana
de grutas sin sus losas
de Gracias azarosas
abriendo la besana de un
surco de campanas en
un campo de rosas!
Las lágrimas pasaron,
la sangre del madero,
el llanto, el aguacero,
los clavos que clavaron
la lanza que alargaron,
el mal con que te hirieron.
Los ángeles ya cantan,
el cielo ya se entrega
al refulgir sonoro de
ver cantar a coro la
Gloria que ya llega;
la tierra estaba ciega y
tiene luz de oro.
Con blanca vestidura,
presentas, Hijo amado,
e Gloria coronado,
hermosa tu figura
trenzada con la albura
de un Dios Resucitado.
Sin sombras y sin penas,
con trazos de alegría el
gesto de María,
San Juan y Magdalena
al ver su cara plena
de vida en este día.

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